Hoy Sandra, amiga de ruta, me comenta lo mucho que
la sirvió este cuento y que cuando hay situaciones adversas que tienen que vivir, se lo narra a sus hijos. Así que su comentario me sugerió, que quizá podría servir también a alguien esta reflexión.
El cuento
dice así:
Un granjero
vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus vecinos le consideraban afortunado
porque tenía un caballo con el que podía arar su campo.
Un día el
caballo se escapó a las montañas.
Al enterarse los vecinos acudieron a consolar
al granjero por su pérdida. “Qué mala suerte”, le decían. El granjero les
respondía: “mala suerte, buena suerte,
quién sabe”.
Unos días
más tarde el caballo regresó trayendo consigo varios caballos salvajes.
Los
vecinos fueron a casa del granjero, esta vez a felicitarle por su buena suerte.
“Buena suerte, mala suerte, quién sabe”,
contestó el granjero.
El hijo del
granjero intentó domar a uno de los caballos salvajes, pero se cayó y se rompió
una pierna.
Otra vez, los vecinos se lamentaban de la mala suerte del granjero
y otra vez el anciano granjero les contestó: “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”.
Días más
tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a
los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna
rota.
Los aldeanos, ¡cómo no!, comentaban la buena suerte del granjero y cómo
no, el granjero les dijo: “Buena suerte,
mala suerte, ¿quién sabe?”. (Anthony
de Mello)